El ego en la política argentina: Una interna vergonzosa que deja al país en segundo plano

Mientras la Argentina atraviesa una de las crisis socioeconómicas más profundas de su historia reciente, dos diputadas nacionales de La Libertad Avanza, Lilia Lemoine y María Celeste Págano, protagonizan un espectáculo lamentable. Ego, traiciones y pujas de poder se entremezclan en una trama que desdibuja la razón misma de sus bancas: representar al pueblo.
En vez de sentarse a trabajar juntas para ofrecer respuestas a las urgencias más palpables —la inflación que no da tregua, el desempleo creciente, los hospitales colapsados y escuelas que se caen a pedazos—, las diputadas optan por ganar seguidores en redes con ataques personales y escenas de telenovela política. Y así, lo urgente se vuelve anecdótico, y el Congreso, una triste pasarela de vanidades.
El protagonismo como motor de acción
Carlos Rodríguez, economista y exasesor de Javier Milei, lo definió sin rodeos: “una bolsa de gatos”. El bloque libertario, en lugar de consolidarse como una fuerza legislativa coherente, parece una competencia constante por el reflector. Porque cuando el ego es el que manda, la política se transforma en escenario. El Congreso, en un set. Y los representantes, en actores más preocupados por la ovación que por las leyes.
Lemoine y Págano se acusan, se ironizan, se enfrentan. Todo frente a cámaras, sin filtro. Se disputan la identidad mileísta con una pasión que ojalá destinaran a un proyecto de ley. Porque mientras ellas juegan al quién es más leal, los argentinos siguen sin saber cómo llegar a fin de mes.
Este tipo de actitudes no solo desprestigian a quienes las ejercen, sino que hacen que la ciudadanía vea al Congreso como un teatro vacío. ¿Cómo confiar en una institución donde lo personal pisa a lo público y las soluciones se posponen por caprichos?
El ego en la política Argentina: un enemigo silencioso de la política pública
El ego puede ser útil para sobrevivir en la arena política. Pero cuando se desborda, cuando reemplaza al compromiso, se convierte en un arma peligrosa. Un político dominado por su ego deja de escuchar. Se convence de que su imagen vale más que sus ideas. Que su fama es más importante que sus actos. Y entonces, el servicio público se transforma en un espectáculo individualista.
Las conductas de Lemoine y Págano son un claro ejemplo de lo que ocurre cuando el ego eclipsa a la misión. Reacciones infantiles, insultos cruzados, declaraciones altisonantes… todo eso ocupa el espacio donde deberían estar los proyectos de ley, los debates serios y las soluciones concretas.
Psicólogos sociales explican que el ego desbordado impide reconocer errores, aceptar críticas y colaborar. En política, eso se traduce en bloqueos, peleas sin sentido y un Congreso que legisla poco y discute mucho. ¿El resultado? Una democracia estancada.
Una oportunidad desperdiciada
Cuando La Libertad Avanza ingresó al Congreso, lo hizo con una narrativa clara: renovación, ruptura con la casta, representación directa. Pero lo que hoy muestran estas diputadas es todo lo contrario. Lemoine y Págano reproducen la lógica de la vieja política, con internas de pasillo, egos inflados y traiciones disfrazadas de principios.
Y lo que es aún peor: están desperdiciando una oportunidad histórica. Porque más allá de simpatías o ideologías, muchos argentinos apostaron a una nueva forma de hacer política. Querían voces distintas. Recibieron gritos desafinados.
El costo es alto. Lo paga su propio espacio, que pierde credibilidad. Lo paga el Congreso, que suma descrédito. Y lo paga, sobre todo, la gente que ya no sabe en quién creer.
La otra cara del Congreso: los que sí trabajan
No todo es escándalo. Mientras estas dos diputadas se tiran dardos, hay legisladores —incluso del mismo bloque— que intentan cumplir con su función. Que redactan, debaten, proponen. Que no buscan aplausos sino soluciones. Que tal vez no hacen ruido, pero hacen política en serio.
Es importante visibilizar también esas voces. Porque si dejamos que el show tape todo, el mensaje que queda es devastador: que todos los políticos son iguales, que nadie se salva. Y eso, además de injusto, es desalentador para una democracia que necesita líderes auténticos.
¿Qué nos dice este episodio sobre la política argentina?
Lo que pasó entre Lemoine y Págano no es un caso aislado. Es el reflejo de una forma de hacer política basada en el narcisismo, el corto plazo y la necesidad constante de atención. Una política que confunde notoriedad con liderazgo, y rating con representatividad.
La ciudadanía necesita otra cosa. Menos monólogos, más escucha. Menos peleas, más consensos. Menos “yo” y más “nosotros”. Porque mientras los egos se cruzan como espadas en Twitter, los problemas de fondo siguen ahí, esperando que alguien los enfrente con seriedad.
El ego en la política Argentina, un lujo que el país no puede permitirse
Este episodio debería ser una alarma. La democracia no se construye con selfies, sino con responsabilidad. No se sostiene con frases ingeniosas, sino con vocación de servicio. El Congreso no es una arena de likes, es un espacio de trabajo colectivo.
La Argentina necesita representantes que entiendan que la política es, ante todo, una tarea de entrega. Que ser diputado es un honor, no un trampolín. Y que mientras el pueblo espera, el ego es un lujo que no podemos darnos.